«La durabilidad de un edificio no tiene nada que ver con los materiales». Esta frase, a priori contradictoria, parece imposible que sea pronunciada por un arquitecto. Y, sin embargo, es el mantra de Shigeru Ban, uno de los más reputados de las últimas décadas. Bajo este principio se ha articulado una obra que le ha valido, entre otras decenas de reconocimientos, el premio Pritzker en 2014 y el Princesa de Asturias de la Concordia en 2022. Durante toda su carrera, ha consagrado su obra al uso de cartón y papel como materiales arquitectónicos, construcciones innovadoras y llenas de mensaje que superan la barrera de lo estructural para tener un gran valor humanitario y ecológico.
Nacido en Japón en 1957, Ban estuvo muy interesado en el trabajo artesanal de la madera durante su infancia. Vivía en una casa construida con este material, así que eran frecuentes las visitas de diferentes carpinteros para realizar arreglos. Fascinado por ese trabajo artesano, más tarde se decidiría a estudiar arquitectura, y lo haría en la Cooper Union de Nueva York.
Allí empezó a experimentar con la posibilidad de utilizar tubos de cartón para la construcción cuando se dio cuenta de su gran resistencia y probó diferentes aplicaciones en sus estructuras. Convencido de la resistencia del material, construyó con ellos una casa de fin de semana a los pies del Monte Fuji para demostrar la fortaleza del cartón a las autoridades, escépticas ante un uso tan novedoso. Pero Ban no cejó en su empeño y logró subrayar que sus propiedades térmicas y acústicas hacen de él un material profundamente útil para aplicaciones industriales. Además, dada su ligereza, no demanda cimientos muy sólidos como el hormigón, lo que reduce significativamente tanto el coste de producción como el tiempo empleado en levantar diferentes edificios. Por supuesto, también reduce de forma drástica el impacto ambiental de las construcciones, algo clave en la lucha climática: el sector de la edificación es responsable de algo más del 35 % de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, según datos de la AIE (Agencia Internacional de Energía).
La primera vez que implementó esta técnica fue en la exposición de Alvar Aalto en Tokio, en 1985 y, desde entonces, ha sido un pilar clave en su obra. Además, Ban ha demostrado su excelencia a través de construcciones elegantes e innovadoras como por ejemplo el Centro Pompidou-Metz, para el que construyó una complicada cubierta inspirada en un sombrero chino. Esta y otras le valieron en 2014 el Premio Pritzker, el máximo galardón de la arquitectura a nivel mundial.
Sin embargo, quizá lo que hace que este arquitecto sea uno de los más valorados es su compromiso ambiental y social. Por ejemplo, lo demostró en la Expo del año 2000, celebrada en Hannover: la temática de ese año fue la protección del medio ambiente, por lo que todos los pabellones se construyeron con materiales que pudieran reciclarse después de ser desmantelados. Bajo estos preceptos, él fue el responsable de edificar el Pabellón de Papel que representaba a Japón, su país natal.
Además de sus hitos como arquitecto, Shigeru Ban ha demostrado ser un profesional comprometido con su realidad. En 1994, Ban quedó impactado por la situación de los refugiados durante el genocidio de Ruanda, cuando desde Naciones Unidas distribuían material de emergencia como tiendas de campaña para ellos. Tras verlo, propuso a ACNUR un proyecto de construcción de casas de emergencia para refugiados hechas con tubos de cartón reciclados, algo que se materializó en un campamento en el norte del país con Ban como consultor. Un año después, esta arquitectura de emergencia se emplearía de nuevo tras el terremoto de Kobe: allí se construyeron casas pequeñas, levantadas en apenas un día, con cajas de cerveza llenas de arena como base y los famosos tubos de cartón de Ban para completar la estructura. Sus refugios para las víctimas del terremoto se mantuvieron en pie un año antes de ser reciclados, pero la iglesia y un centro comunitario que construyó de la misma forma para la ciudad se mantuvieron en pie durante una década.
Este fue solo el primer proyecto oficial de los 22 Disaster Relief Projects que Ban y su equipo llevarían a cabo en los años posteriores en lugares como Haití, India, Turquía y Nueva Zelanda. Este último caso es uno de los más emblemáticos de su arquitectura de emergencia: el terremoto que sacudió la isla en 2011 destruyó una iglesia anglicana muy querida por los habitantes y, dos años después, Ban levantó la conocida como «Catedral de papel» como símbolo de fortaleza e ímpetu para la comunidad.
Más allá de demostrar la fortaleza del cartón, con sus obras Ban no solo consigue hitos técnicos con los que desafía a las leyes de la ingeniería y la física. Tampoco tienen solamente valor en las crisis humanitarias: son una oda al ecologismo, al cuidado del entorno y de las personas que habitan sus espacios.