En la naturaleza nada se considera residuo. Todo tiene un fin. Imitar la naturaleza implica un aprovechamiento máximo de cada recurso. En Hinojosa, por ejemplo, utilizamos un 98,6% de materiales de origen renovable y un 86% son de origen reciclado.
Hoy en día ya existen células solares que pueden imitar la fotosíntesis de las plantas o sistemas de ventilación que, en cierta forma, se inspiran en el funcionamiento de un nido de termitas. Son la demostración más evidente de que la naturaleza es en sí misma una fuente incesante de sabiduría de la que se pueden aprender muchas cosas. Pero en vez de hacerlo, en muchos momentos la sociedad ha tratado de hacer lo contrario: ha querido dominarla. Janine Benyus afirmó hace ya 20 años que en la naturaleza no existen los desperdicios: “Todo contribuye a un flujo incesante. Los recursos se optimizan al máximo y no existe eso que los humanos llamamos residuos”. Es lo que se conoce técnicamente como ‘Biomímesis’.
¿Qué es la Biomímesis?
En pocas palabras es imitar, replicar e intentar crear el funcionamiento de un ecosistema. El concepto, tal y como hemos apuntado, no es nuevo, pero la emergencia climática ha vuelto a ponerlo en la primera plana. Son muchos los sectores productivos que ya han ‘imitado’ a la naturaleza para limitar su impacto ambiental, y el packaging -con la fabricación de papel y cartón a la cabeza- no es ajeno a ello.
¿Cómo imitamos a la naturaleza fabricando papel y cartón?
Muy lejos de la creencia popular, fabricar papel y cartón no consiste en talar árboles. Decir esto sería caer en una simplificación demasiado burda de la realidad. Y es que el cartón ofrece ya desde hace mucho tiempo una alternativa de envase que se fabrica a partir de fuentes renovables y que, además, es 100% reciclable y biodegradable. De hecho, la industria española es la segunda que más recicla de Europa, superada sólo por Alemania.
Efectivamente, la industria española de papel y cartón utiliza madera para su producción, pero lo hace desde plantaciones locales -creadas explícitamente para este fin- de eucalipto y pino, que son motor de desarrollo rural y que ocupan 512.481 hectáreas (el 2,8% de la superficie total de bosques en nuestro país). No solo se encargan de nutrirnos de materia prima, también son grandes sumideros de CO2, con 46 millones de toneladas de CO2 equivalente. De esta forma, se contribuye directamente a frenar el cambio climático, que se ha convertido en una de las preocupaciones capitales de los ciudadanos en la actualidad.
Máximo aprovechamiento
Imitar a la naturaleza, tal y como ya hemos contado, también se basa en limitar al máximo los desperdicios. Es aquí donde cobran una especial importancia los principios de la economía circular: en el sector del packaging una vez que nuestros productos se usan, se vuelven a utilizar. Es decir, el producto adquiere una nueva función y es reutilizado de nuevo -por otra empresa o, incluso por la misma- para alargar al máximo la vida del material. Se trata de un dato que no debe tomarse a la ligera teniendo en cuenta que en Europa todavía se pierden cada año unos 600 millones de toneladas de materiales que podrían ser reciclados o reutilizados.
En el caso concreto que nos ocupa, la economía circular abarca desde la compra de la materia prima, pasando por el diseño y la fabricación de los productos, hasta la gestión responsable de los residuos. La principal materia prima -el papel- procede en un elevado porcentaje de nuestras propias papeleras en las que, a su vez, vuelve la merma generada durante la fabricación de las cajas que se incorpora de nuevo como materia prima para la fabricación del papel. Y así es como se cierra el círculo. Se trata por lo tanto de imitar el modelo circular de la naturaleza, donde todo tiene su función y nada es residuo, ya que todo lo que se genera es fuente y materia prima para un nuevo uso.
Datos reales
En Hinojosa, por ejemplo, ya utilizamos un 98,6% de materiales de origen renovable y un 86% son de origen reciclado. Además, el 100% de la merma se incorpora de nuevo como materia prima para fabricar más papel. Conseguirlo es fruto de un trabajo constante y del uso de herramientas específicas para evaluar los impactos que generamos, considerando en todo momento el ciclo de vida de los productos y, en la medida de lo posible, seleccionando aquellas materias primas y procesos que nos permiten ser más respetuosos con el medio ambiente.